Sin duda alguna, la invención más importante detrás de la Revolución Industrial fue la máquina de vapor, patentada por James Watt en 1769 (aunque él no tuvo la idea original). Esta producía una corriente continua de vapor capaz de hacer girar una rueda a ritmo constante. De este modo, bien aprovechada, la máquina era capaz de realizar el trabajo de muchos hombres o animales a ritmo continuo y sin paradas para descansar.
La máquina de vapor se aplicó a la industria textil. Se mecanizaron las tareas de hilar y tejer y la producción se multiplicó a un ritmo vertiginoso. Surgió la fábrica textil, donde un elevado número de obreros manejaban unas máquinas que producían grandes cantidades de paño a un precio muy reducido, contra el que ningún taller de artesanos podía competir.
El hecho de que la cada vez más extendida máquina de vapor utilizase carbón como combustible disparó la demanda de este recurso natural. Esto llevó al desarrollo de la minería, sector económico en el que se produjeron importantes avances. La propia máquina de vapor fue uno de ellos; se utilizaba para achicar el agua de las minas.
También se produjeron mejoras en los transportes. Apareció el ferrocarril y el barco de vapor, y se construyeron carreteras y canales. En cierto modo, era necesario: grandes cantidades de materias primas habían de llegar hasta las industrias que las demandaban; y la abundante producción, hasta los consumidores.
Dado que las nuevas máquinas estaban hechas fundamentalmente de hierro, el aumento en su fabricación disparó la demanda de este metal, lo que condujo a numerosos adelantos en el sector siderúrgico. Gracias a los nuevos procedimientos técnicos y al carbón, que permitía alcanzar temperaturas muy elevadas para fundir los metales, se comenzaron a producir materiales de mucha mejor calidad.
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