Las transformaciones políticas producidas entre finales del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX llevaron, junto a la Revolución Industrial, a la aparición de un nuevo modelo de sociedad: la sociedad de clases.
Se trata de una sociedad dividida en clases dinámicas y definidas según criterios fundamentalmente económicos. En el siglo XIX, las dos clases protagonistas eran la burguesía y el proletariado.
La burguesía estaba constituida por los dueños de las empresas y de los medios de producción. Se trataba de una clase social competitiva, emprendedora y dinámica. Sus miembros estaban en constante lucha por ascender y mantener su puesto en la escala social, y gozaban de una buena calidad de vida.
Por otra parte, el proletariado estaba formado por los trabajadores de las fábricas, minas, astilleros, fundiciones... Eran explotados por la burguesía: sus condiciones laborales eran degradantes y peligrosas y cobraban salarios mínimos. Esto último hacía que, a menudo, toda la familia tuviese que trabajar para mantenerse; por lo que, con frecuencia, la vida laboral de los miembros de la clase trabajadora comenzaba en la infancia. El trabajo infantil en minas y fabricas estaba ampliamente extendido.
Además, los reducidos salarios confinaban a las familias obreras en viviendas de escasas proporciones y pobre construcción que se amontonaban en zonas suburbanas.
Por otra parte, las mencionadas transformaciones también llevaron a la aparición de un nuevo sistema económico: el capitalismo, basado en la propiedad privada de los medios de producción y el libre mercado. En este modelo, la intervención del Estado en la economía es mínima y el mercado se autorregula por la libre interacción de miles y miles de agentes económicos.
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