viernes, 31 de agosto de 2018

Los avances tecnológicos de la Revolución Industrial

Sin duda alguna, la invención más importante detrás de la Revolución Industrial fue la máquina de vapor, patentada por James Watt en 1769 (aunque él no tuvo la idea original). Esta producía una corriente continua de vapor capaz de hacer girar una rueda a ritmo constante. De este modo, bien aprovechada, la máquina era capaz de realizar el trabajo de muchos hombres o animales a ritmo continuo y sin paradas para descansar.

La máquina de vapor se aplicó a la industria textil. Se mecanizaron las tareas de hilar y tejer y  la producción se multiplicó a un ritmo vertiginoso. Surgió la fábrica textil, donde un elevado número de obreros manejaban unas máquinas que producían grandes cantidades de paño a un precio muy reducido, contra el que ningún taller de artesanos  podía competir.

El hecho de que la cada vez más extendida máquina de vapor utilizase carbón como combustible disparó la demanda de este recurso natural. Esto llevó al desarrollo de la minería, sector económico en el que se produjeron importantes avances. La propia máquina de vapor fue uno de ellos; se utilizaba para achicar el agua de las minas.

También se produjeron mejoras en los transportes. Apareció el ferrocarril y el barco de vapor, y se construyeron carreteras y canales. En cierto modo, era necesario: grandes cantidades de materias primas habían de llegar hasta las industrias que las demandaban; y la abundante producción, hasta los consumidores. 

Dado que las nuevas máquinas estaban hechas fundamentalmente de hierro, el aumento en su fabricación disparó la demanda de este metal, lo que condujo a numerosos adelantos en el sector siderúrgico. Gracias a los nuevos procedimientos técnicos y al carbón, que permitía alcanzar temperaturas muy elevadas para fundir los metales, se comenzaron a producir materiales de mucha mejor calidad.

jueves, 30 de agosto de 2018

¿Por qué se produjo la revolución industrial? ¿Por qué se inció en Gran Bretaña?

La revolución industrial fue un proceso de crecimiento continuo y acelerado de la economía que transformó todos los ámbitos de la vida humana como no lo había hecho ningún otro acontecimiento o proceso histórico desde el Neolítico. 

La economía anterior a la revolución industrial recibe el nombre de economía preindustrial. Estaba basada en la agricultura y la ganadería y, en ella, la energía principal era la fuerza muscular (ya fuese humana o animal). La economía posterior a la industrialización, por otra parte, recibe el nombre de economía industrial. En ella, la industria tiene un peso muy importante (dejando el sector primario de representar el grueso de la economía) y el trabajo se realiza mediante máquinas que se alimentan de otras fuentes de energía (distintas a la muscular).

La revolución industrial se inició en Gran Bretaña. Pero ¿por qué?

En primer lugar, las revoluciones políticas que se habían producido en la isla a lo largo del siglo XVII habían acarreado profundos cambios. Se había llegado a una sociedad de clases, establecido la propiedad privada de la tierra y conseguido gran cantidad de libertades para la burguesía. 

También hay que tener en cuenta el enorme poderío naval de los británicos, que les confería el control sobre numerosas rutas comerciales oceánicas. La acumulación de capital procedente del comercio colonial y la posterior inversión de dicho capital en la agricultura y la industria fueron, sin lugar a dudas, factores que contribuyeron enormemente al estallido de la revolución.

Por otra parte, Gran Bretaña cuenta con toda una serie de ventajas naturales que facilitaban y abarataban el transporte fluvial y marítimo. La presencia de abundantes yacimientos de carbón en la isla también facilitó el inicio de la industrialización.

Por último, se ha de destacar la revolución agraria protagonizada por los británicos a partir de mediados del siglo XVII como una de las principales causas del estallido de la revolución industrial en Gran Bretaña. Se habían impulsado sistemas de rotación trienal de los cultivos y se había desarrollado nueva maquinaria. Estos y otros avances habían llevado a la aparición de la figura del agricultor empresario, que obtenía de sus tierras grandes beneficios empleando, gracias a la mecanización del medio rural, muy poca mano de obra. Con las nuevas máquinas se requerían muchos menos jornaleros para trabajar la tierra y, a menudo, los que se quedaban sin trabajo emigraban a la ciudad en busca de un furo mejor, donde con frecuencia encontraban trabajo la incipiente industria. Es lo que se conoce como éxodo rural. De esta forma, el campo británico iba dejando paso a la ciudad y, el sector primario, al secundario.

Esta revolución agraria había dado lugar a un aumento de la producción de alimentos que, junto con avances médicos e higiénicos y un aumento de la natalidad, había comportado una importante revolución demográfica: la población británica había aumentado de forma considerable. Si en 1700 rondaba los cinco millones y medio de personas, para 1800 había alcanzado los nueve. Sin duda, este aumento poblacional contribuyó en gran medida a que se produjese la industrialización. 

miércoles, 29 de agosto de 2018

La revolución de 1848

Conocida bajo el nombre de "la primavera de los pueblos", la revolución de 1848 estuvo protagonizada por sectores pequeñoburgueses, obreros y estudiantes. Se inició en Francia, para después extenderse por toda Europa. 

Su principal causa fue el descontento de las clases populares por la negación de derechos y libertades a la que estaban sometidas, acrecentado por la crisis económica de 1847. Esta fue, al mismo tiempo, una crisis de subsistencias producida por las malas cosechas de la patata y una crisis comercial que afectó gravemente a los sectores industrial y financiero.


La revolución del 48 en Francia

En febrero, el avance de la revolución forzó la abdicación del hasta entonces rey Luis Felipe III de Orleans, proclamándose la II República francesa. El nuevo gobierno republicano, que contaba con miembros socialistas, aprobó toda una serie de medidas radicalmente progresistas para la época: implantó la jornada laboral de diez horas, estableció la libertad de asociación y la libertad de prensa, proclamó el derecho al trabajo y declaró el sufragio universal masculino. Además, se crearon toda una serie de Talleres Nacionales para reducir el paro, pero terminaron siendo un fracaso y fueron clausurados.

A partir de junio, la revolución se radicalizó. La pequeña burguesía se separó del proletariado para aliarse con la alta burguesía. De esta forma, lo que inicialmente había sido una sublevación para acabar con los últimos vestigios del Antiguo Régimen en Francia acabó convertido en un conflicto interclasista: una lucha entre la burguesía y el proletariado que se saldó con fuertes repressalias (por ambas partes).

En noviembre se aprobó una nueva constitución y en diciembre se nombró presidente de la república al sobrino de Napoleón, Luis Napoleón Bonaparte, que en 1852 mandó al traste toda reivindicación revolucionaria proclamándose emperador bajo el nombre de Napoleón III. Se dio inicio de esta manera al II Imperio Francés.


La revolución del 48 en el resto de Europa

En el Imperio Austríaco, el primer ministro Metternich se vio forzado a huir y el emperador Fernando I hubo de aceptar la formación de una asamblea constituyente. En Hungría, donde tuvieron un mayor peso las reivindicaciones nacionalistas y la revolución adquirió un claro carácter secesionista, la insurrección triunfó y, aunque el reino no consiguió la independencia, sí logró una mayor autonomía dentro del imperio.

En Alemania e Italia la revolución del 48 también adquirió un marcado sentido nacionalista. El rey Federico Guillermo IV de Prusia se vio forzado a aceptar una constitución y el establecimiento del sufragio censitario. Para los italianos, por otra parte, la revolución supuso el punto de partida del proceso de unificación.

La revolución de 1848 supuso el inicio de una progresiva democratización, así como la incorporación de la clase trabajadora a la lucha política. El proletariado comenzó a adquirir conciencia de clase y se constituyó como un movimiento autónomo separado de los intereses burgueses.

domingo, 26 de agosto de 2018

Revoluciones liberales de 1820 y 1830

Se trata de tres oleadas revolucionarias protagonizadas por la burguesía liberal europea durante la primera mitad de siglo XIX.

La revolución de 1820 afectó fundamentalmente a España, Nápoles y Grecia. Sólo triunfó en este último país, tardando nueve años en hacerlo. Con su insurrección, los griegos perseguían la independencia del Imperio Turco, y eso fue precisamente lo que consiguieron.

En los años treinta se produjo una segunda oleada revolucionaria de mayor relevancia y trascendencia. En ella se entremezclaron los intereses de la burguesía liberal con las reivindicaciones nacionalistas y (atención) las demandas y protestas de la clase obrera. Esto último es importante, pues es muestra de la aparición de un nuevo agente en el panorama político europeo: el proletariado industrial.

Las revolución del 30 fue auspiciada por sociedades secretas con conexiones internacionales y una fuerte presencia en el ejército. Masones y carbonarios jugaron un papel importante. 

El epicentro de esta segunda oleada fue Francia, donde el hasta entonces rey Carlos X (un Borbón) se vio forzado a abdicar en el entonces duque de Orleans, Luis Felipe III. Este último, en un intento de calmar las aguas, instauró en el país galo un régimen liberal con sufragio censitario. ¿Funcionó? Basta con decir que fue el último rey de Francia.

En Bélgica y España la revolución tuvo éxito. Los belgas consiguieron su ansiada independencia: la insurrección que protagonizaron culminó con la descomposición del Reino Unido de los Países Bajos (que, por cierto, se había creado en el Congreso de Viena) y el establecimiento del Reino de Bélgica.
En España, una guerra iniciada por una cuestión sucesoria  sirvió como excusa para un enfrentamiento armado  entre absolutistas y liberales.

Me explico.

Fernando VII falleció en 1833, dejando a su hija Isabel, por entonces una niña de tres años, como única y legítima heredera. Don Carlos María e Isidro, hermano del difunto rey, consideraba que él había de heredar el trono y se negaba a aceptar el testamento de su hermano. Airado, decidió que tomaría la corona por la fuerza y comenzó a movilizar tropas.  Ante la amenaza bélica de su cuñado, la Reina Regente, María Cristina de Borbón (madre de la pequeña Isabel) pidió apoyo militar a los liberales (que, recordemos, tenían una fuerte presencia en el ejército), quienes aceptaron a cambio del establecimiento de un régimen liberal en  España. Dicho y hecho: la Corona aprobó el Estatuto Real de 1834, que implicaba esencialmente eso: que en España había un sistema liberal. Una monarquía parlamentaria en la que la Corona ejercía el poder ejecutivo y compartía el legislativo con las Cortes. No obstante, no todas las ramas del liberalismo quedaron satisfechas con el documento, que, al fin y al cabo, ni si quiera era una constitución. Prueba de ello es que, pocos años más tarde, liberales más progresistas impulsaron un pronunciamiento militar, forzando a María Cristina a aprobar medidas más avanzadas. Y se consiguió aprobar una constitución liberal y todo, la segunda constitución liberal desde la de 1812. Pero todo eso es otra historia.

Paralelamente, los partidarios del Antiguo Régimen acabaron cobijándose bajo el amparo del infante Don Carlos; un español nato, patriota, defensor de la monarquía tradicional y de la Iglesia, que acabaría con aquellos liberaluchos que María Cristina había aupado al poder.

La guerra resultante, conocida como Primera Guerra Carlista (1833-1840) fue la particular versión española de la revolución del 30. Como se observa, no se trató exactamente de una revolución, pues no fueron los liberales quienes tomaron la iniciativa (de ellos se podría decir, más bien, que supieron aprovecharse de las circunstancias) sino, en primer término, el infante Don Carlos y sus ansias de poder.
La guerra acabó con la victoria del bando isabelino, lo que permitió que el régimen liberal implantado en el 34 se consolidase en nuestro país durante el largo y complicado reinado de Isabel II.

En Polonia, Alemania e Italia la revolución fracasó (fue aplastada por las potencias absolutistas de Rusia, Prusia y Austria), y muchos liberales y nacionalistas de estos países hubieron de exiliarse, sobretodo a Gran Bretaña y Francia.

Ciencia y religión

La Iglesia fue, durante los casi diez siglos que duró la Edad Media, una de las organizaciones más poderosas de Europa. Sus miembros (si bi...